La cultura como arena de lucha por los
significados: dominación y hegemonía.
La vida en cultura posee una dimensión
conflictiva. En ella se dan siempre luchas, explicitas o no, por mantener
ciertos significados, ideas y valores y no otros. Y esto es así porque los valores o ideas que buscan mantenerse,
imponerse o conservarse – significaciones
que representan siempre los intereses de un grupo particular- , están en
riesgo de perderse o son cuestionadas.
Para entender un poco más sobre las relaciones de poder y las luchas
simbólicas que se dan en el plano cultural, pensemos por ejemplo en
nuestra propia sociedad actual. En ella
hay diferencias, múltiples grupos con
identidades e intereses diversos: distintas clases sociales, comunidades
indígenas que intentan mantener sus rasgos de identidad a pesar de haber sido
arrasadas en distintas etapas históricas, comunidades de inmigrantes de países
limítrofes, mujeres y niños, etc. En
nuestra sociedad, entonces, coexisten grupos con identidades, pertenencias e
intereses distintos, cada uno de los cuales porta ideas, valores y sentidos que
pueden explicita o potencialmente, contradecir los valores y significados
dominantes de nuestra sociedad y cultura.
Las ideas y valores dominantes de
una época, representan siempre los
intereses de un grupo o clase particular que detenta el poder necesario como
para imponerlos o como para convencer a los demás de que esos sentidos e ideas
son los que hay que mantener.
Como hemos dicho, el mantenimiento
o no de ciertas ideas, discursos y valores depende de quién detente el
poder; es decir de aquel grupo o clase capaz de establecer un dominio material
y cultural sobre el resto de la sociedad. Ahora bien, existen dos formas
distintas de ejercer ese poder dentro de
la cultura: la imposición violenta y
forzada que se establece a través de los aparatos represivos de quien
gobierna (por ejemplo, la policía, el ejercito, las cárceles y los tribunales)
y, por otro lado, el ejercicio de la dominación a través de la hegemonía. Un ejemplo claro del
ejercicio del poder por imposición
forzada fue la “desaparición” y censura
de ciertos medios de comunicación, o formas de expresión musical y
literaria durante la última dictadura
militar. Durante ese periodo trágico de la historia argentina, todos aquellos
discursos que pudiesen resultar contrarios a aquellos que se buscaban imponer
desde el gobierno fueron tildados de “subversivos” y, consecuentemente, fueron
violentamente censurados.
Mencionamos anteriormente que vivir en cultura implica aceptación y
consenso. El hecho mínimo de hablar un lenguaje, desde el que establecemos la
comunicación, indica que adherimos a un modelo lingüístico, al que difícilmente
cuestionamos. En realidad, a la mayoría de las prácticas las realizamos sin siquiera
cuestionarlas, dado que estar en una cultura es precisamente no contradecir
todo el tiempo todo lo que hacemos. Éstos constituyen modelos de acción, formas
de pensar, ideas y valores que arraigan en nosotros sin imposición forzada.
Dentro de todo este conjunto, puede
haber representaciones o prácticas que no responden objetivamente a nuestros
intereses, pero aún así las adoptamos. La
hegemonía consiste justamente en la aceptación de ciertas ideas y sentidos como
propios, aún cuando éstos resulten contrarios a los intereses sociales o de
clase de quien los adopta. El ejercicio
del poder a través de la hegemonía no implica, entonces, imposición por la fuerza
sino concenso de parte de quienes no comparten objetivamente los
intereses de quien domina y, sin embargo,
se apropian de ellos.
Este ejercicio del poder en el plano de las ideas, de los valores o
de la cultura se corresponde con el ejercicio del poder que se da en el plano
económico y material. Ambos, generan dominación y, por lo tanto, desigualdad y
exclusión. Toda clase o grupo que aspire a implantar su dominación se ve
obligada a presentar su propio interés como el interés de todos los miembros de
la sociedad y a presentar esas ideas como las únicas posibles y dotadas de un
valor de verdad absoluto. Y esto es así, porque
en el plano de la cultura, siempre existe un “otro”
que, potencialmente o de manera explícita, pueda oponerse o representar
un antagonismo contra las ideas, valores y discursos hegemónicos. De no ser
así, de no existir siempre esta oposición latente, no habría razón para que se
ejerciera la hegemonía. Pensemos por ejemplo, en las víctimas de los prejuicios
discriminatorios, en aquellos grupos étnicos que, aunque no alcen su voz o aunque no hagan explícita una lucha que
represente sus propios intereses, su sola existencia representa un “peligro”,
un cuestionamiento al poder establecido.
A modo de conclusión, podemos decir que la cultura no sólo es la
dimensión simbólica de la vida social, aquello que da sentido a todas nuestras
acciones y prácticas sino que, también,
es el ámbito donde se dan luchas (simbólicas) por dar, compartir o
imponer determinados significados y discursos. A la visión de la cultura como forma de vida común que nos identifica y nos une como grupo humano por compartir
determinados hábitos, costumbres, valores e ideas, se suma la de la cultura como un espacio donde se dan
procesos de confrontación, oposición explicita (contra-hegemonía) u
oposición no declarada respecto a los significados dominantes. Entender la
cultura y la comunicación como escenarios donde se dan relaciones de poder y disputas simbólicas,
nos va a permitir analizar de manera crítica los distintos discursos que
circulan en nuestra vida cotidiana, comprender los intereses a los cuales
responden, y, principalmente, nos va a ayudar a tomar distancia sobre aquellas
ideas, pensamientos y sentidos que reproducimos a veces y que pueden ser contrarios a nuestros
propios intereses sociales.
Actividad
1)
¿Cuáles son las dos formas de
ejercer el poder dentro una cultura?
2)
Expliquen con sus propias
palabras el concepto de hegemonía
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