ASIGNATURA: CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDADANÍA
CURSO: 1º AÑO 2º DIV. ; 1º AÑO 4º DIV.
DOCENTE: ARIEL SEBASTIÁN SOSA
MAIL: ariel.sosa@bue.edu.ar
CONTACTO: 113-875-1706
TRABAJO PRACTICO Nº 7
FECHA DE ENTREGA: 9 DE SEPTIEMBRE
La Declaración Universal de Derechos Humanos
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos es un documento que marca un hito
en la historia de los derechos humanos. Elaborada por representantes de todas
las regiones del mundo con diferentes antecedentes jurídicos y culturales, la
Declaración fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en
París, el 10 de diciembre de 1948 en su Resolución 217 A
(III), como un ideal común para todos los
pueblos y naciones. La Declaración establece, por primera vez, los derechos
humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero y ha sido traducida a más de 500 idiomas.
Artículo 1.
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos
y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente
los unos con los otros.
Artículo 2.
Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición
económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción
alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o
territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un
país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no
autónoma o sometida a cualquier otra limitación de soberanía.
Artículo 3.
Todo
individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su
persona.
Artículo 4.
Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y
la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.
Artículo 5.
Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos
o degradantes.
Artículo 6.
Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de
su personalidad jurídica.
Artículo 7.
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a
igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda
discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal
discriminación.
Luego de un introducción
y los primeros 7 artículos de La Declaración Universal de los Derechos Humanos,
les dejo un cuento para leer y unas consignas para resolver.
“Iyara en el mágico mundo de las mariposas amarillas”
Hola! ¡Una gran carcajada sonora a todas y todos los
pequeños y grandes habitantes del planeta azul! Hemos aterrizado en el mágico
mundo de las mariposas amarillas y los monos azules. ¡El mundo de Iyara! Iyara
es una niña inquieta, curiosa y juguetona que tiene los ojos de almendra, la
piel de todos los colores y los cabellos lacios, tan negros como el carbón. Su
vida está llena de magia, es como un cofrecito lleno de misterios, de secretos,
de miedos, de emociones e intimidades nunca confesadas, de alegrías infinitas y
de sueños coloridos que forman parte de la maravillosa danza del planeta azul.
Iyara viene de un rinconcito del mundo donde viven en armonía pájaros tan
gigantes como el águila o el cóndor y tan pequeñitos como el colibrí. Viven
serpientes enormes que parecen un arco iris siempre en movimiento y humanos con
bellísimas plumas que adornan sus cabezas mientras cubren sus cuerpos con
vestidos hechos de hojas que, a su vez, sirven de alimento. Hay ríos que
parecen mares con peces enoooormes que ríen a carcajadas y además… ¡tantas y
tantas mariposas amarillas! ¡Y millones de monos azules y familias enteras de
delfines rosados y ballenas jorobadas! —¡Sí, es verdad! —grita desde su globo
flotante Iyara mientras millones de adultos incrédulos, con ojos desorbitados,
la circundan. Ellos, que no tienen la imaginación de los pequeños habitantes
del planeta azul, no pueden creer que exista tanta maravilla junta. Iyara
comienza a encantarnos con uno de sus fantásticos relatos: Yo,
aunque ustedes me miren tan pequeña e indefensa, soy hermana del águila y del
cóndor, del colibrí y del tucán. Tengo muchos abuelos y todos ellos me han
narrado la historia con la música del viento y el canto de las montañas. He
escuchado cantos y palabras que los adultos dicen no entender. Yo, sin embargo,
las entiendo. Estos cantos cuentan que el cultivo del maíz se transmite de los
abuelos a los padres y de éstos a los nietos, desde hace muchos, muchos, muchos
años (más o menos 7.500 años según cuentan los abuelos). El maíz lo encontraron
en un rinconcito del planeta hoy conocido como Nuevo Mundo, concretamente en
Nuevo México, donde vivía la más anciana de las abuelas. Cuentan también los abuelos,
que el maíz era para los mayas (los habitantes de ese antiguo mundo de Centro
América) un alimento sagrado, era parte de su memoria y de su historia. Según
las leyendas mayas, el hombre fue creado por los dioses partiendo de una bolita
de maíz y agua. El maíz tiene su propia dignidad y una importancia tal que lo
hace merecedor de una divinidad propia El Yumkaa, dios del maíz. Cuentan
también la historia de otros pueblos desconocidos, pueblos de otro pedazo de
continente llamado Suramérica. Ellos, los U’wa, que en su idioma quiere decir
gente inteligente y que sabe hablar, han sido guardianes de la sangre de la
Madre Tierra, para ellos Ruiría y que en otros mundos llaman “petróleo”. Ellos
viven aún en este siglo xxi, en el ombligo de un país llamado Colombia, en el
corazón del universo, en el vientre de su propia madre La Tierra. Les aseguro
que yo ese mundo lo he visto. Es tan hermoso que todos los adultos desearían
conocerlo. ¡Lástima que ellos no sean admitidos! Los abuelos tienen miedo que
lo puedan destruir. Es un mundo reservado solo a las niñas y a los niños como
vosotros, todos los habitantes del planeta azul. Lo sé, sé que todos vosotros
estáis ansiosos por acompañarme a visitar a estos abuelos. ¿Queréis saber cómo
se hace para llegar ¡Muy simple! Tendremos que emprender el vuelo en el globo
colorido y pedirle que nos lleve al mágico mundo de las mariposas amarillas y
los monos azules. Ese mundo está protegido por una magia especial que casi
nunca los adultos logran entender. Para conocerlo, y sobre todo para sentirlo,
es necesario aprender a entender tantas lenguas, escuchar tantas músicas,
degustar tantos sabores y percibir tantos perfumes. Algunas veces, se necesita
una lupa muy grande y potente para poder observar todos los matices y sentir aquello
que muchos se conforman solo con mirar. En este mundo no existe el tiempo, es
decir, no existe un reloj que mida las horas. Es maravilloso porque cada uno se
puede diseñar su propio tiempo, podemos vivir muchas vidas juntas y podemos
crecer sin dejar que se apague nuestra niñez. ¡Ese es mi mundo, amiguitas y
amiguitos! Vivo así desde hace muchos siglos. Tantos, que un día decidí volar
en este globo colorido para ir a conocer otros mundos, otros pueblos, otros
seres mágicos. Después de un largo viaje en compañía de pájaros, mariposas y
monos, llegué a un mundo totalmente nuevo. En este nuevo mundo, vivían muchas
máquinas, automóviles, camiones y pájaros metálicos llamados aviones. Al
comienzo tuve mucho miedo porque yo nunca había visto tantas máquinas pequeñas
y grandes, algunas inmensamente largas, como nuestros ríos. Después aprendí que
eran vías para los trenes. Mis ojos se abrían y cerraban intermitentemente como
las luces de las luciérnagas y me quedaba con la boca abierta pensando que esos
ríos de hierro y esas máquinas llamadas automóviles eran tan grandes como los
peces que nadaban en los ríos del planeta azul. En algunas ocasiones, me
quedaba de piedra, aterrorizada, observando kilómetros y kilómetros de filas.
¡Todas esas máquinas tan ordenadas y quietas! Parecía que se estrujaban entre
ellas porque el ruido era insoportable
RUMMMMMMMMMMMMMRAMMMMMMMMMMMCLASSSSSSSSSSSHHHHHHHHHHHHH PLASHHHHHHHHHHH “¡Boh!”
decían en este nuevo mundo… “¡Boh!” ¡Qué palabra tan extraña! Nunca antes la
había escuchado. Algunos adultos me explicaron que era una forma de hablar, una
forma de no saber nada y de no interesarse por nada. Durante mis días de vuelo,
no había visto niñas, ni niños y mucho menos bebés y es que no encontraba a las
personas, a los humanos. Por ello, me preguntaba dónde se habrían escondido.
Pero, sobre todo, me preguntaba dónde estarían las mariposas amarillas, los
monos azules, el águila, el cóndor, el colibrí, el tucán y todas mis hermanas y
hermanos de la naturaleza. Pasaron muchos días hasta que pude aterrizar con mi
globo. Lo intenté en muchos sitios, pero en ninguna parte me aceptaban. Me
decían que yo era una niña extraña, que les inspiraba miedo. Tal vez pensaban
que yo venía de otro planeta. “¡Boh!” continuaba escuchando. Me sorprendía el
hecho de que los adultos la pronunciaran a todas horas. Y me empezaba a asustar
la ausencia de los pequeños humanos, no los había escuchado y mucho menos
visto. ¡Qué extraño, realmente extraño! Estaba consternada. Con ésta, eran ya
cuatro o cinco lunas llenas que había contemplado, dando vueltas con mi globo
colorido. Había sobrevolado todos los parques y había descubierto que en este
nuevo mundo no había ni niñas ni niños y en cambio encontraba siempre muchas
personas ancianas. ¡Niñaaaaaaaaaaaaasssss! ¡Niñooooooosssssssss! ¿Dónde estáis
¿Por qué os escondéis ¡Venid a jugar conmigo! Yo os puedo enseñar mi idioma y
un mundo infinito de danzas. Puedo compartir con vosotros los pasteles
perfumados que me ha hecho mi abuela antes del viaje, esos pasteles que nos
regalaron nuestros antepasados (sí, esos otros humanos que fueron hechos con
las bolitas de maíz y de agua. Sí, esos humanos a los que hoy llaman “indios”,
es decir, mis abuelas y mis tatarabuelas). ¡Awwwwwwwwww! ¡Venid por favor, yo
os quiero conocer! Quiero aprender vuestro lenguaje y comer las galletas de
vuestras abuelas. Quiero jugar con vosotros y conocer la magia de vuestro
escondite. ¡Por favor dejadme entrar en el globo luminoso de este nuevo mundo!
Durante muchos años nadie respondió a mi llamada ni tampoco a mis súplicas. Me
entristecía pensar que tuviesen miedo de mi presencia y creía que podía ser
porque nunca habían visto una niña como yo. Tal vez, habían nacido y vivido
desde siempre entre las máquinas, esas que caminan por los ríos metálicos en la
tierra. Tal vez, no estaban acostumbrados a volar entre las nubes, a jugar con
el viento y las mariposas, las piñas y los mangos. En medio de mi tristeza, un
día me animé a bajar de mi globo y a aterrizar en un lugar lejano a la gran
ciudad. Quería ver de cerca ese nuevo mundo. Seguía conmovida al ver a tantas
personas ancianas solas caminando por las calles o sentadas en los parques, con
un rostro solitario y una sonrisa descolorida por el paso del tiempo. Entendí
que el ser un habitante de un mundo lejano y con una lengua diferente, no me
permitiría, por ahora, acercarme a ningún habitante de ese nuevo mundo. Así,
decidí convertirme en una mariposa amarilla y desde entonces cada día visito
los parques de la ciudad escondida entre las flores y entre los árboles. Así
viví durante días, semanas, meses y años ¡casi veinte años escondida entre los
árboles! De esa forma entendí que no causaba miedo y que no molestaba a los
ancianos. Durante toda mi vida de mariposa amarilla escuché muchas historias
algunas bellas, otras tristes y dolorosas… Hubiese querido escribirlas todas,
pero a veces o porque no entendía el idioma o porque me producían miedo o rabia
decidía volar antes de escuchar el final. Aun así, decidí registrar en la
memoria aquellas que entendí. Tal vez, un día, cuando sea suficientemente
grande, podré contarlas al mundo con la música del viento y el canto de las
montañas. O tal vez serán escritas en la historia de este nuevo encuentro, ese
que según dicen los expertos nos hace seres de un mundo multiétnico y
pluricultural. Así, un día, en un parque de una antigua ciudad conocida en la
historia de Italia como Felsina (hoy Bolonia) descubrí un grupo de mujeres que
reían y lloraban mientras trataban de desempolvar cada migaja de recuerdo
escondido en el más recóndito cajón de sus armarios. Eran recuerdos de su
infancia, de cuando tenían más o menos nuestra edad, unos ocho, nueve, diez,
once o doce años. Una de ellas contaba la historia de su vida mientras las
otras mujeres, con vestidos muy largos y grandes pañuelos de colores intensos
con bordados delicados que adornaban sus cabezas, la escuchaban atentas y
compartían unos dulces con olor a canela y perfume de coco. ¡Eran hermosas esas
mujeres de vestidos colorados! La mujer de la historia decía venir de un país
muy lejano, de otro continente, de un país hermoso que estaba rodeado por dos
mares y con nombre de mujer Colombia. Se decía hija de una sencilla mujer que
había luchado y trabajado sola para poder criarla y educarla. No había conocido
a su padre y por ello había soportado en la escuela la burla de sus compañeritas
que le gritaban siempre “¡No tienes papá, no seas mentirosa!”. Ciertamente,
continuaba la mujer, en ese entonces era muy pequeña para entender muchas
cosas. Recordaba su adolescencia de niña trabajadora a los 14 años, escapándose
de casa a los once por primera vez y a los quince por segunda. Sin embargo,
ella sostenía que había nacido libre pero yo nunca entendí cómo una niña que no
había tenido un padre, en su edad de mujer, se reconocía un ser libre. Otra
mujer que hablaba el mismo idioma que la anterior, empezó otra historia.
Contaba, como si hubiese sido ayer, la historia del día de su cumpleaños, de su
octavo cumpleaños. ¿Quieren saber qué le había sucedido a esta niña el día que
cumplió ocho años “Sucedió en un día normal, un día de clase, en ese entonces
cursaba tercero de la escuela elemental…—continuaba así su historia mientras yo
la escuchaba con gran interés apoyada en una flor de ese caluroso parque—. Para
mí desde siempre, desde muy pequeña, el cumpleaños ha sido una fecha muy
importante, un motivo de fiesta. El hecho de que mi madre me hubiese obligado a
ir a la escuela me disgustaba porque yo insistía en que era un día de fiesta y
más teniendo en cuenta que yo creía que al tener ocho años ya era grande.
Fueron tantas las pataletas, que acabé convenciendo a mi madre para que me
llevara a la peluquería. Insistí para que me hicieran un peinado especial.
Jijijijiji, quedé realmente extraña y ridícula, tanto que aun hoy me causa risa,
pero a mí me gustaba y eso era lo importante. Tenía el cabello largo, muy lacio
y rebelde, por eso la pobre peluquera tuvo que hacerme un enredo que parecía un
nido de avispas, para lograr la forma de bomba que yo le había explicado.
Jejejjejeje, era realmente un nido de avispas, gigante. No recuerdo si ya había
visto en algún lugar una cosa de ese tipo o era solo producto de mi fantasía,
pero así me presenté en la escuela. No quise ponerme el uniforme, que era
obligatorio solo para las niñas pobres (las niñas de las familias ricas no lo
llevaban, aunque estudiaran en la escuela pública, pues era la única que tenían
en el pueblo). Me puse un vestido blanco, nuevo, con una especie de babero
triangular con cuadros rojos. Recuerdo que parecía tela de mantel, adornado con
un moño en raso rojo, amarrado a la cintura. Lo recuerdo perfectamente porque
yo misma había diseñado el modelo en mi cuaderno y mi pobre madre, a pesar de
su pobreza, había sacado todos sus ahorros para llevarme a la modista y
regalarme el vestido de cumpleaños. Lo había hecho desde siempre, desde que yo
tenía tres años. ¡No lo podréis creer, pero mi fiesta de cumpleaños se derritió
en medio de un mar de lágrimas! Uno, porque cuando entré en el aula todo el
mundo soltó una sonora carcajada. Dos, porque a primera hora teníamos clase de
matemáticas con una profesora negra, gorda y alta, de nombre Patrocinia. Esta
profesora era muy rígida con el reglamento y la disciplina. Las niñas ricas
decían que era mala porque era negra. Yo nunca estuve de acuerdo porque un día
ella me mostró en el mapa de Colombia, su pueblito, un pueblito que era
minúsculo, todavía más pequeño que el mío. Quedaba en la región del Chocó, en
el océano Pacífico. Lejísimos, realmente muy, muy lejos. Colombia es un país
enoooorme y la pobre había ido a parar a la región del Chocó, a la inmensidad
de la llanura. Ese, pienso, era el motivo de un carácter que escondía la
ternura bajo una máscara de rigidez y de frialdad. En todo caso, lo que les
quiero contar, es que esta profesora no permitía que se fuese al baño durante
el horario de clase. No obstante, ese día, aunque yo conocía muy bien las
reglas sentí un deseo incontenible de ir al baño y no podía esperar el horario
establecido (tal vez estaba nerviosa por el cumpleaños y sobre todo por ver
cómo mis compañeritas de clase se reían de mi famoso peinado). Cuando le pedí
autorización a la maestra para ir al baño me silenció con uno de sus gritos y
por si fuera poco me dejó en ridículo delante de toda la clase al decir que
sólo a mí se me podía ocurrir ir vestida de semejante forma a la escuela, y que
si iba al baño sería mejor que me desbaratara ese nido de avispas que tenía en
la cabeza. Ante eso, la reacción no se hizo esperar. Me puse a llorar y me
oriné encima a plena luz del día, en el aula. Mis amigas más cercanas se
solidarizaron con mi dolor y le dijeron a la maestra que era el día de mi
cumpleaños y que ese comportamiento era muy injusto. Ella, la maestra, no
encontró las palabras para disculparse públicamente, pero una vez terminada la
clase, cuando nos quedamos solas, se disculpó con una voz entrecortada que
parecía salir desde lo profundo de su estómago. Por un momento, me sentí
infinitamente conmovida sin entender lo que pasaba. Solo sé que me hice
pequeñita en medio de aquel lamento y sin entender ni una sola palabra de lo
que me decía. De un momento a otro, sentí un abrazo sobrecogedor que envolvía
mi cuerpo con manos de gigante acongojado, sediento de ternura. Ella, la
maestra, grande, negra, gorda y furiosa se derritió en su humanidad y sin darse
cuenta, se puso a llorar junto a mí. En ese momento, sentí toda su soledad, su
tristeza tan grande como su gordura. Imaginé que tal vez a ella no había
celebrado su cumpleaños. Tenía necesidad de afecto, de familia, de ternura. Ese
día quedó grabado en mi alma. Regresé toda mojada, con el vestido blanco hecho
un harapo y con mis lágrimas que inundaban todo el pueblo como si hubiese caído
el más fuerte de los aguaceros. Estaba muy triste por mi vestido, por mi nido
de avispas, pero sobre todo estaba muy triste por mi maestra. La mayoría la
veía como una bruja malvada y en realidad era solo una pequeña grande,
indefensa y solitaria”. ¡Qué tristeza! ¡Escuchar cómo una mujer ya adulta
recordaba la celebración de sus ocho años con dolor y con tanta nostalgia me
encogía el corazón! Por todo ello, ese día me hice una promesa regalar alegría
dibujando nubes de abrazos y sonrisas en cada rincón de la tierra para que el
cumpleaños se pueda festejar todos los días, en cualquier lugar del mundo. Y es
que el cumpleaños es la fiesta de la vida, de la memoria. Es una danza que debe
durar hasta el infinito para podernos sentir Siemprevivas y en armonía con el
universo mágico de las mariposas amarillas y los monos azules. Empecé una danza
solitaria y silenciosa con las alas abiertas para poder sentir los acordes
silenciosos de cantares lejanos... Pero poco después de haber comenzado la
danza, sin darme cuenta, empezaron a llegar una detrás de otra, muchas
mariposas. Hassai, venia de otro mundo mágico el mundo de las mujeres del
desierto. Ella, hija de la luna y del sol, del mar y de la lluvia. Por un
momento cerré los ojos para poder ver que detrás de los árboles había una
multitud de mariposas, de monos de todos los colores que como la más armónica
de las orquestas tocaban todo tipo de instrumentos, algunos nunca antes vistos
quenas, charangos, gaitas, ocarinas, acordeones, tambores, guitarras,
violoncelos, pianos, arpas, maracas… No me acuerdo de todos los nombres pero
los conté y eran 150 en total. Cantaban en muchas lenguas desconocidas y
bailaban en un círculo adornado en el centro con una inmensa llama amarilla,
azul, violeta, anaranjada, roja, verde y blanca. Una llama que se alzaba al
infinito. Era la llama de la VIDA hecha música, hecha danza. Era una música
celestial, un lenguaje desconocido pero dulce. Arrullos de cuna, aquellos que
hemos escuchado desde que hemos existido en el útero de nuestras madres. Fue
esta música y esta danza la invitación para que todas las niñas y los niños de
la ciudad llegaran al parque. La presencia de tantas melodías y de tantos
colores en un mismo espacio fue la magia que me permitió jugar, reír y
descubrir a los pequeños habitantes de ese nuevo mundo posible un mundo diverso
un mundo donde todas y todos podemos jugar sin empujarnos, sin pellizcarnos,
sin miedos, sin violencia y sin hambre un mundo perfumado de fresas,
chirimoyas, piñas, mangos, peras, manzanas, melones, duraznos y guanábanas un
mundo con el corazón de chocolate, amasado con la quinua, el maíz, el trigo y
el arroz. ¡El mágico mundo de las mariposas amarillas y los monos azules! ¡El
mundo de la lluvia, del viento, del fuego y de la tierra!
Luego de lo leído responder
1- ¿Crees
que el cuento de LYARA atraviesa
algún Artículo de la Declaración de los Derechos Humanos?
2- ¿Cuál
o cuáles y porque?
3- ¿Por
qué son importantes los Derechos Humanos?
4- ¿Conoces
o te comentaron alguna situación donde veas que no se cumplen los Derechos
Humanos?
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